A seguir escribiendo...

En algunas columnas he tenido éxito, otras fueron polémicas y tuve la razón en muchas. En otras me equivoqué, pero aquí están para que todos las revisen, las comenten y las critiquen.

miércoles, septiembre 27, 2006

¿Cuál será el destino de los 2.100 millones de dólares?

Luego de conocerse el acuerdo al que llegaron los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela con la justicia de los Estados Unidos, quedan algunas dudas si no de forma sí muchas de fondo.

Como primera medida, hay que compartir las palabras del Fiscal General de la Nación en cuanto a que definitivamente la decisión que tomaron los ex capos, era la más sensata, pues aparte de asumir sus responsabilidades, pensaron en el futuro de sus familias y les evitaron la tragedia que tuvieron que vivir, por ejemplo, la esposa y los hijos de Pablo Escobar a quienes les cerraron las puertas en casi todos los países.

Pero la celebración se puede opacar si analizamos detenidamente, y siendo realistas, los pormenores y los trámites que vienen luego del acuerdo.

Muerto Escobar desde hace trece años, esta es la hora en la que aún faltan por finalizar procesos de extinción de dominio en contra de sus herederos, según lo publica hoy El Tiempo. Mientras tanto, ¿Qué ha pasado con todos los bienes que todavía no se han legalizado?, ¿siguen siendo de la familia Escobar y por lo tanto, siguen sacando provecho de ellos?

No estaría mal, pero el manto de duda, como siempre, recae sobre el gobierno, sobre la Dirección de Estupefacientes y sobre aquellos a quienes compete llevar a cabo el proceso.

En pocas palabras, la ley colombiana caracterizada por la libre interpretación, por el acomodo, por la improvisación y por su exceso de trámites, debería dejar de ser para los de ruana y en lugar de aplicársele toda a ellos, podría tenerlos en cuenta, por ejemplo en estos casos en los cuales hay mucho dinero por “repartir”.

¿Qué pasó con la Hacienda Nápoles, con sus animales y sus tierras?. ¿Quiénes la están disfrutando?. ¿Hay desplazados en ellas?. ¿Se piensa, cuando están en juego millones de dólares, en invertirlos en función social?

Aquí, como es costumbre, pasa de todo. Incautan una avioneta llena de droga y en lugar de ponerla al servicio de la Cruz Roja o de la Aerocivil o qué sé yo, la queman, como quemaron los soldados de la guaca, miles de billetes porque no les cabían en sus morrales.

No es de extrañarnos ahora que, una vez entregadas la propiedades de los Rodríguez Orejuela, todo el dinero que representan, termine destinado a aumentar el sueldo de los congresistas o de los altos funcionarios del Estado, o como parte de los recursos “necesarios” para la desmovilización de las autodefensas.
Hay que pensar, si realmente se tiene voluntad y anhelo de una verdadera política social, en los muchos beneficios que traería para una población cada vez más pobre, el buen uso de esos 2.100 millones de dólares que devolvieron los Rodríguez.

martes, septiembre 19, 2006

De la Fiscalía y otros folklorismos

La verdad no sé por qué dio tanta grima el supuesto escándalo de la Fiscalía General de la Nación la semana pasada. Al psíquico lo hicieron ver como un criminal y lo único que falta es que le dicten medida de aseguramiento.

No es que crea en clarividentes, en brujos o en hechiceros, ni que los defienda. Ni más faltaba, pero si uno contrata a un médico lo menos que espera de él es que le ayude a tener una mejor salud. Qué se podía esperar entonces del trabajo de un mentalista.

Martí estaba haciendo su trabajo, para eso le dieron vía libre y por eso le estaban pagando. El verdadero problema del caso es la falta de seriedad de una institución que se supone debería ser una de las más rectas dentro de todas las del Estado.

Lo que da risa es que ahora vengan a decir que todas son serias. Se rasgan las vestiduras con el mencionado caso pero les parecen magníficos los espectáculos bochornosos del Congreso de la República , los fraudes millonarios en entidades públicas (ISS o Foncolpuertos, por tan sólo citar dos), un vicepresidente hablando de un mundial de fútbol en nuestro país, dos expresidentes pisoteando la imagen de Colombia en el exterior, Álvaro Uribe solucionando los problemas particulares de la gente en sus famosos consejos comunitarios, los partidos políticos repartiéndose las prebendas y los ministros del despacho imaginándose uranio debajo de las bicicletas de Hugo Chávez.

Definitivamente la razón y la sindéresis son convidados de piedra entre los que solemos llamar nuestros líderes.

Al cabo de un tiempo, el caso de Armando Martí pasará al olvido, el Fiscal Iguarán será uno de los mejores funcionarios del Estado, los congresistas, figuras ilustres del acontecer nacional, nuestro vicepresidente un héroe de enmarcar y por supuesto, Uribe nuestro presidente hasta el 2014.

No se trata, de ninguna manera, de no reprochar toda esta falta de seriedad. Claro que hay que hacerlo, pero de ahí a llamar tales despropósitos como escándalos nacionales, hay un amplio trecho.

Escándalos la no viabilidad fiscal, según un informe reciente del propio Ministerio de Hacienda, de un departamento como el Chocó, sumergido en el hambre y la pobreza, escándalo el bombo y los platillos que suenan por un secuestrado en Afganistán cuando en Colombia tenemos más de un millar en las selvas desde hace varios años, escándalo el cierre del Materno Infantil. Grotesco y escandaloso el manejo del erario público, que se centra en sueldos millonarios y descuida la cada vez mayor pauperización de la sociedad. Y ni qué decir de la reforma tributaria, pero bueno, tal vez sea ese el tema de una próxima columna.
Por ahora y para poner punto final a este folklor, sólo resta recomendar que se le dé importancia a temas verdaderamente espinosos y de interés nacional, es decir del interés de todos. Lo del Psíquico no es más que el resultado de un país que vive de fiesta en fiesta y de reinado en reinado, eso, sin contar con el fútbol, al cual, obviamente, debe dársele su espacio con justa proporción.

miércoles, septiembre 13, 2006

Hay cosas que no se ven desde el Palacio Liévano

Encerrados en su laberinto

Desde el encierro del poder la calle, la manzana, la cuadra, el barrio, sucumben en lo más profundo de la indiferencia y en lo más lejano de la reconciliación.

Por supuesto que hay una ciudad oculta. Esa que no se ve o que no se quiere ver, esa que se olvidó o que se transformó en el imaginario de pocos. La ciudad real y no la virtual, la de delincuentes y ladrones, la de homicidas y violadores, la de paseos millonarios, la de pandillas, guerrillas y “paras”. Esa ciudad de confrontaciones e inconformismos conjurados con amenazas y dirimidos con prebendas.

Claro que hay una ciudad oculta. Ahí está. ¿No la ven? Es esa en la que vivimos concejales y ciudadanos, esa en la que vive (¿o vivió?) quien ostenta, hoy por hoy, el puesto que conduce al solio de Bolívar.

En lo más profundo del idealismo la ciudad se ve maravillosa, enorme, fabulosa, rica, poética, artística. Se oculta la zozobra, el robo de vehículos y el asalto a residencias. No se ve la inseguridad, no se siente miedo, no se acaricia la muerte ni se juega con la vida.

En esa ciudad, esa que dicen vive muy cerca de las estrellas, se logra su resplandor y la luz que de ellas se refleja, nos evoca las historias del más allá, en donde el túnel tenebroso y misterioso del fin de la existencia termina con la espléndida brillantez de Dios.

No podemos vivir mejor. En esa urbe de Peñalosas y Garzones, el paraíso es tan sólo el camino hacia el encuentro divino. Quizás el TransMilenio sea el medio para poder llegar. O quizás la “mancha amarilla” nos abrace y nos conduzca a esa exquisitez.

Mientras tanto, mientras eso sucede y mientras las mentes iluminadas de quienes nos representan en los más altos cargos públicos perduren con su loco esplendor, quienes vivimos sin escoltas, quienes caminamos para poder decir sin el peso de la incertidumbre: “gracias a Dios regresé a casa”, tendremos entonces sólo un remedio, recoger nuestra nostalgia, dejar de añorar lo que otros creen que existe y seguir con el peso del miedo en una vida citadina contagiada por el no sé, el quién sabe, el de pronto; una vida llena de fe.

Que quiten los cerramientos en los conjuntos residenciales. Todo debe ser público, el espacio, el transporte, los parqueaderos, los espectáculos, los hospitales, pero que lo hagan sólo cuando los cerramientos mentales y los que cubren las instalaciones del poder se derrumben, caigan como cayó el muro de Berlín y la estatua de Hussein, sólo cuando desde el encierro del Concejo y la Alcaldía se descubra que la ciudad no es lo que nos quieren hacer ver, que en ella hay muerte, sufrimiento y dolor; caos y angustia. Cuando se entienda que las murallas o los alambres que nos rodean, son, por ahora, nuestra salvación en una Bogotá insegura y sitiada por la delincuencia.
Claro que hay otra ciudad. Pero créanlo, no es la que sueña y habita Peñalosa ni la que quiere ver Garzón. Hay muchas ciudades en una sola, claro que sí, ciudades ocultas, fúnebres, crueles, frías, despiadadas, violentas, indiferentes, clandestinas, agobiadas, moribundas, dantescas, escalofriantes, relegadas, deprimidas, desiguales, imprudentes, tenebrosas. ¿Quieren conocerlas?. Es fácil. Tan sólo permitan que tumben sus cerramientos.